La increíble historia de un joven salvadoreño que lleva más de dos años sin salir de su casa

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Pedro, nombre ficticio para guardar su identidad, es un joven de 21 años a quien le encanta mucho la mecánica, el futbol, pero sobre todo disfruta mucho de tener mascotas, a nuestra llegada a su hogar se muestra contento y dispuesto a contarnos su desgarradora historia

Desde pequeño vivió con sus abuelos, también tiene una tía muy querida a quien ve como mamá y que le ha motivado a estudiar para ser alguien en la vida.

Terminó sus estudios de plan básico, luego ingresó a un instituto público de San Salvador para ser bachiller contador; sin embargo, no se imaginó que su vida daría un cambio y que sus sueños se quedarían encerrados en cuatro paredes.

En dicho instituto se enteró sobre el poder pandilleril, que es muy fuerte en esos lugares y que los jóvenes son obligados a tomar una difícil decisión: ser “amigo” de sus compañeros miembros de pandillas y tener una vida tranquila o apartarse de ellos pero tener problemas e incluso poner en peligro su vida.

En El Salvador hay un aproximado de 60 mil pandilleros en todo el país. Esta cifra incluso dobla la cantidad de efectivos militares activos con los que cuenta el territorio según las estimaciones del ministro de la Defensa Nacional, David Munguía Payes.

“Uno piensa que a uno nunca le va a pasar algo, uno ve las noticias, ve  todas las actividades que están pasando  y como uno nunca ha pasado por eso uno piensa que eso nunca le puede pasar, es más uno crítica y juzga a veces dice “¿porque él hace eso?” porque nunca lo ha vivido“, reflexiona en referencia a las presiones que ejercen los grupos criminales del país para obligar a los jóvenes a colaborarles.

La decisión de Pedro fue la primera, él pensó que al llevarse con sus compañeros criminales se evitaría muchos problemas e incluso se sentiría protegido por ellos; sin embargo, cuando fueron pasando los días se dio cuenta que había tomado una mala decisión, él había elegido malas amistades y la falta de un consejo lo llevó a  estar en los lugares equivocados y sin el quererlo presenciar actividades delictivas. Esto lo llevó a quedar señalado ante las autoridades.

Recuerda que en las noches sus compañeros organizaban torneos de fútbol, donde asistía mucha gente pero también llegaban miembros de pandillas. “Las canchas están ubicadas en sectores controladas por estas estructuras y cuando las autoridades llegaban con patrullajes rutinarios golpeaban al que encontraban” comenta.

Según sus palabras, mientras disfrutaban de los juegos con sus amigos, agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) llegaban “nos tachaban y luego en cualquier lugar donde nos veían nos intimidaban aunque no somos pandilleros, solo porque estamos jóvenes”.

Allí inició el gran temor de Pedro, los agentes lo detenían en cualquier lugar que lo encontraran y le pedían información acerca de delitos cometidos por pandilleros. “Me preguntaban ¿quién vendía la droga?, ¿dónde vivían los principales líderes? y que si no les decía lo que ellos querían “desaparecido me iban hacer”. susurra temeroso.

Esta situación cada vez era peor, en varias ocasiones Pedro sufrió los fuertes golpes de las autoridades y aunque al principio asegura les tenía respeto a los policías, llegó un momento en que sintió un resentimiento debido a que quienes se suponía lo deberían defender era quienes lo maltrataban.

“A veces estaba afuera de mi casa esperando a mi novia y hasta ahí llegaban a golpearme diciendo que yo estaba vigilando para avisarle a los pandilleros los lugares donde estaban los policías, ellos decían que los estaba “posteando”, pero eso no era así asegura.

“Me veían a mí como si yo ya era parte de las pandillas, a mí me señalaban como sospechoso… Aunque uno no sea culpable, la justicia no existe. Las autoridades solo buscan un culpable no les importa quién sea y ese es el temor mío que sólo por ser un sospechoso me agarren a mí y a los culpables no” señala.

Esta situación llevó a Pedro a tener un gran temor de salir de su casa, en muchas ocasiones las autoridades lo detenían en su trayecto, lo golpeaban, lo intimidaban e incluso lo amenazaban de muerte.

Cuando ya sólo faltaban días para terminar su tercer año de estudio recuerda que el temor era tan grande que ya no salía de su casa. “Si me gradué pero no fui a mi graduación, sólo me dieron el título” cuenta.

Un día los agentes llegaron hasta la casa de Pedro, preguntaron por él, pero Pedro no estaba en su vivienda, “yo no sé qué querían pero me daba temor porque decía “me van a llevar y yo tengo mi conciencia tranquila”. Yo les hablaba a ellos (compañeros de estudio pandilleros) porque en el instituto se daban muchos problemas y pensaba que en ellos iba a encontrar apoyo” dice, a la vez que reflexiona en que “Hay cosas que uno hace y hasta después viene a pensar las cosas”.

Ante esta situación, y al temer por su vida, Pedro decidió irse del país. Sin embargo, sólo puedo estar seis meses fuera.

“Encontré trabajo allá pero ya cuando no tuve trabajo no tenía como sobrevivir, no tenía a nadie que me ayudara”, dice, razón por la cual tuvo que regresar a El Salvador, pero consiente de la situación decidió no salir nunca más a la calle.

Desde hace dos años, el único suelo que recorre los pies de Pedro son los diez metros cuadrados de su casa, ni siquiera sale a la tienda, no sale con amigos, no continuó sus estudios, no tiene trabajo y su vida está encerrada en cuatro paredes.

“Hay muchas cosas que a mí me duelen, porque yo estoy consciente de las malas amistades y los planes que tenía que ahora no puedo llevar a cabo. Debemos pensar las decisiones que vamos a tomar, porque eso marca nuestra vida, yo ahora me da miedo salir” dice.

“Las autoridades dicen “no que este bicho solo es miedo o tiene miedo por algo”, o a veces detienen a una persona  y donde lo ven nervioso dicen vos debes algo. Ahora ya no lo detienen y le preguntan qué andas haciendo sino ahora solo le dicen párate allí y ya van con los golpes intimidando”

Para Pedro lo que las autoridades logran con esta actitud “es que uno ya no los vea con respeto sino con rencor, van creando ese resentimiento hacia ellos. Ya van maltrando no solo físicamente sino psicológicamente” señala.

Según Pedro su temor es que “como sale en las noticias, un día las autoridades lo detengan y lo lleven a pagar por delitos que no cometió. “Las cosas van para peor a como hace dos años que yo andaba afuera” sostiene.

Pedro ahora ayuda en la casa, lava los platos, a veces cocina, otras baña a su perro. Pero asegura no le gusta pensar en la situación del país “si hago eso yo solo me desanimo, algún día volveré a salir y Dios me va a permitir hacer lo que soñé”.

De acuerdo al psicólogo Boris Barraza, Pedro está teniendo un caso de agorafobia; un trastorno sumamente severo, el cual requiere de tratamiento psiquiátrico ya que el joven se siente seguro rodeado por muros; mientras que, en cualquier circunstancia fuera de casa comienza a tener sensaciones de amenazas contra su vida.

El psicólogo dice que pudo ser un único evento traumático o una sumatoria de eventos que se fueron presentando con cierto impacto y con tal nivel de fuerza que poco a poco obligaron a Pedro a encerrarse voluntariamente. “Lo golpean una vez, lo amenazan otras, lo encuentran en otra, la sensación que lo domina es que vas a perder la vida” señala.

Para el profesional esto sucede porque “vivimos como individuos ya un trastorno psicótico, ni siquiera neurótico,el síntoma más dominante que tenemos actualmente en la sociedad es la desesperanza aprendida, osea hemos aprendido a no tener esperanza  a que las cosas se mejoren  y vivimos en una constante sensación de huida  y una constante sensación de que la vida puede terminar a la vuelta de la esquina”.

¨Los salvadoreños no logran ver su vida más allá de una o dos semanas en el futuro. En mi generación se podía soñar en cinco año o diez años hacia adelante y actualmente eso no esta sucediendo estamos desarrollando una serie de patologías  profundamente neuróticas que nos arrinconan hacia un comportamiento psicótico por sumatoria” sostiene.

Periodista: Aracely Ramos.